Un debut y una punzada de nostalgia
Le debo mi debut periodístico al Pío XII. Y se produjo en una fecha que está en todos los libros de Historia, aunque no exactamente porque ese día se publicara el primer número de ‘Cerbatana’, que así se llamaba la revista del colegio mayor. Tras convencer a la dirección y conseguir algo de dinero para la fotocopistería, Fernando García García-Lomas, Antonio Jiménez Lara y yo lo habíamos hecho casi todo en aquella modestísima publicación: la mayoría de los textos, el mecanografiado en unos terribles clichés en los que apenas se podía corregir nada, una caricatura del director del centro, Felipe Ruiz Alonso (era el ‘cerbaposter’ que sacamos todos los números, obra de Antonio, un estupendo dibujante), y la distribución. Para esta última nos guiamos por una ley elemental del márketing: sorprender a los destinatarios.
Todo estaba planificado. Con los ejemplares listos (una veintena de páginas tamaño folio grapadas a mano), esperamos a que fueran más de las doce de la noche para depositar uno en cada casillero. De esa forma, al día siguiente, jueves, los colegiales se sorprenderían al bajar a Recepción. No contábamos con que esa madrugada moriría Franco. Así que, a primera hora de la mañana del 20 de noviembre de 1975, con una semana de cierre de la Universidad por delante, todos los residentes en el Pío XII, incluidos nosotros tres, salimos en estampida a sacar billete para regresar a nuestras casas. ¿A quién le importaba una revista?
Permanecí en el Pío XII entre octubre de 1974 y junio de 1978. Aún me quedaba un curso para terminar la carrera, pero en el diario donde estuve haciendo prácticas ese verano me ofrecieron un contrato y decidí quedarme e ir a la Facultad solo a los exámenes. Todavía seguí unido al colegio y la Fundación a través de la biblioteca. Entre 1983 y 1986, mientras preparaba mi tesis doctoral, me trasladé varias veces a Madrid para poder consultar algunos libros que yo sabía que estaban allí.
Suelo comentar que disfruté plenamente de mis años universitarios. Tenía muchas horas de clase cada día porque luego me matriculé también en otra facultad, pero hice grandes amigos y el ambiente era magnífico. Recuerdo las conferencias que se organizaban en la biblioteca y el salón de actos, las películas ‘serias’ de los viernes y las más comerciales de sábados y domingos, algunos ciclos clásicos (allí vimos ‘El acorazado Potemkin’, ‘La madre’ y ‘Nosferatu’) y un puñado de conciertos (como uno de I Musici con ‘Las cuatro estaciones’). Imposible olvidar las promociones de libros; las multas que nos sacudieron en más de una ocasión por poner los carteles anunciadores de las películas en la otra acera del Paseo de Juan XXIII (y mira que nos lo advertían, eso ya no es Ciudad Universitaria y ahí no se pueden clavar a los árboles); los gritos durante los partidos de la Selección en la sala de TV (lo recuerda con emoción alguien bastante poco futbolero); las conversaciones en el comedor y la cafetería, ante uno de esos bollos cuyo nombre debí aprender porque en Bilbao se llaman diferente; la fiesta del colegio, un sábado a finales de mayo, qué fecha tan mala, justo antes de los exámenes; la sala de música, donde grabábamos casetes para luego escucharlas en nuestras habitaciones; la lista en la que nos apuntábamos para que nos despertaran por la mañana; y el libro de llegadas en el que había que firmar si aparecías por el colegio a una hora demasiado tardía (y donde descubrimos qué colegiales tan famosos estaban entre nosotros porque las firmas eran de Supermán, el capitán Trueno o Marlon Brando). Aún tengo en mi cabeza el rostro de los tres conserjes; de dos de ellos no se me ha olvidado el nombre: Eugenio y el Señor Porras. Así llamábamos a aquel andaluz, creo que de Málaga, flaco y flemático, a quien nunca vimos de mal humor.
Tarjeta de lector de César Coca durante sus años de colegial en el CMU Pío XII
Algunas veces en los últimos años, aprovechando un tiempo libre durante un viaje de trabajo, me he acercado hasta el colegio. Y reconozco que he sentido una punzada de nostalgia. En una ocasión, estaba haciendo unas fotos con el móvil para enviárselas a Fernando, uno de los cofundadores de ‘Cerbatana’, y a Jacinto Alcolea, el otro amigo del alma a quien conocí en el Pío, cuando salió un chico y me preguntó con preocupación por qué tomaba esas imágenes. No le mentí, claro, pero tampoco le dije toda la verdad. De haber sido yo más sincero, no sé si habría entendido mi respuesta porque seguramente uno no es consciente de cosas así hasta que se alcanza cierta edad. “Porque aquí pasé algunos de los mejores años de mi vida”. Eso es lo que podría haberle dicho.
César Coca
Adjunto a la Dirección de EL CORREO
Director del Máster de Periodismo Multimedia de ELCORREO y la Universidad del País Vasco
César Coca nació en Bilbao y estudió Ciencias de la Información y Ciencias Políticas y Sociología, en ambos casos en la Universidad Complutense. Más tarde, se doctoró en Periodismo en la Universidad del País Vasco, donde imparte clase desde 1980 y es profesor titular.
Su carrera profesional está vinculada desde el principio al diario El Correo, donde ha formado parte de las secciones de Economía, Cultura y Local. En la actualidad es Adjunto a la Dirección y responsable del suplemento cultural del mismo, además de director del Máster de Periodismo Multimedia de El Correo y la Universidad del País Vasco.
En calidad de responsable de ese suplemento cultural es premio Nacional al Fomento de la Lectura 2015. En 2005 ganó el premio de Ensayo Miguel de Unamuno con el libro ‘García Márquez canta un bolero’. En 2018 recibió el premio Periodista Vasco, que conceden anualmente las asociaciones de la Prensa y el Colegio de Periodistas Vascos.