Sábado de Excursión
Casi cinco meses después, volví a recorrer los ocres paisajes castellanos rumbo al parque natural de las hoces del río Duratón, cercano a Sepúlveda. Esta vez lo hacía desde el asiento de un minibús fletado para la ocasión, y con una compañía algo más numerosa. Recordando la última vez, se me hizo largo aquel trayecto que el curso anterior habíamos echo en la cabina mucho más pequeña de un turismo. Extrañaba a los que no estaban, pero me alegraba mucho por todas las caras nuevas. Al cabo de dos horas llegamos al pequeño pueblo de San Miguel de Bernuy donde comimos un arroz amarillo bastante bueno. Fue un rato apacible, pese a las moscas que se auto invitaron desde las proximidades del río.
Pese al otoño recién estrenado, que ya había estado deslizado su fresco aliento en las postrimerías de la estación anterior, aquel día hacia calor. Un bochorno que nos urgía a emprender la excursión en piragua que yo ya había vivido el curso anterior, y que de nuevo me encontraba ansioso por empezar. Tras dejar nuestras cosas, ultimar los preparativos, sacar algunas fotos y recibir unos consejos sobre el trayecto, estábamos botando las piraguas en la ribera del río.
Los primeros no tardaron en dispersarse, veloces presas del entusiasmo. El primer trecho transcurre al verde abrigo de una arboleda, rodeado de juncos y otras plantas. A diferencia de la vez anterior, pude apreciar verdaderas legiones de zapateros, deslizándose por la superficie del agua como si de una pista de patinaje se tratase. Según continuaba la travesía, el río se ensanchaba y ganaba en profundidad, a la vez que nos cruzábamos con mas personas. Casi de inmediato habíamos cruzado el puente y llegábamos a las hoces.
El Duratón nace en la madrileña sierra de Ayllón y riega el río Duero en Peñafiel. En esta zona se vuelve serpenteante, y con el paso de los siglos la corriente va erosionando la piedra, especialmente en los meandros, dibujando imponentes precipicios donde anidan las rapaces. Esto es lo que se conoce como las hoces del Duratón. Verdaderamente el paisaje te retrotrae a un documental de naturaleza, es espectacular navegar por el fondo de los cañones viendo a los grandes buitres, con los cuellos blancos doblados, planear por encima de tu cabeza.
Sin darme cuenta nos habíamos disgregado y apenas veía a un tercio de mis compañeros. El verdor de los márgenes del río contrastaba con el naranja y gris de las paredes de piedra, donde el sorprendente número de grandes aves solo pasaba desapercibido hasta que alguna decidía posarse. Reverberaban en los cañones las expresiones de jubilo de los colegiales. Recordé por que razón había decidido volver, casi cinco meses después. Así acabamos llegando a un gran embalse en cuyas orillas habían instalado varios merenderos, cubriendo de arena pequeñas franjas de orilla para dejar las piraguas. Paramos en una donde poco a poco fuimos reagrupándonos y aprovechamos para picar y tomarnos algo al sol.
Mas tarde continuamos río abajo hasta llegar a una presa frente a una gran caída cuyo fondo no logré atisbar desde arriba. Allí nos encontramos todos y volvimos a tomar fotos antes de deshacer el camino, con el tiempo ya acuciando y el atardecer en ciernes. Los buitres ya se refugiaban en los recovecos y la gente aparecía con mucha menor frecuencia. A medida que caía el sol, las sombras de los peñascos se alagaban sobre nosotros y el cielo se teñía de un encendido naranja. A pesar de mis gafas de sol, sólo podía vislumbrar las siluetas de los piragüistas, como sombras contra el agua que reflejaba los brillantes colores del ocaso. Cuando el sol se puso ya estaba bajo la techumbre vegetal y dejaba mi piragua. Agradecimos las duchas e instalaciones, bastante buenas, y para cuando volvíamos en el autobús todos cayeron rendidos del cansancio. Dormitando, ese trayecto ya no se me hizo largo.